lunes, 4 de abril de 2011

Escribirse: la autobiografía como curación de uno mismo



Te presento un resumen del primer capítulo del libro titulado Escribirse: la autobiografía como curación de uno mismo (editorial Paidós), del autor italiano Duccio Demetrio. De verdad, inspira para tomar pluma y papel y empezar.





Un día, quizá por casualidad
Autobiógrafos por pasión

Hay un momento en la vida en que uno siente la necesidad de relatarse de un modo distinto al habitual… Es una sensación, un mensaje que nos llega de improviso, sutil y poético pero capaz de asumir forma narrativa… Esta necesidad de contornos imprecisos, que puede permanecer por el resto de la existencia como una presencia incompleta, recurrente e insistente, toma el nombre de pensamiento autobiográfico.
Sólo en este caso, además de convertirse en un proyecto narrativo completo, un diario retrospectivo,  historia vital y vida novelada, da sentido a la vida. Permite a quien se encuentra casi invadido por este pensamiento tan particular, sentir que ha vivido y que todavía está viviendo, que la pasión por el propio pasado, se transforma en pasión por la vida posterior.
El pensamiento autobiográfico, incluso cuando se dirige hacia un pasado personal y doloroso, de errores u ocasiones perdidas, de historias mal acabadas o simplemente no vividas, representa siempre un pacto con lo que uno ha sido. Dicha reconciliación –desde luego una absolución nada fácil- proporciona al autor de su propia vida una paz interior.
Porque observar como espectadores nuestra propia existencia no es simplemente una operación despiadada y severa. La reconciliación, la compasión, la melancolía son sentimientos que, apaciguando nuestra subjetividad, la abren a nuevos horizontes. Cuando el pensamiento autobiográfico conoce y desvela estos instantes afectivos, abandona su origen individualista y se convierte en algo muy distinto… el egocentrismo que parecería caracterizarlo se transforma en un altruismo del alma; deja una huella benéfica…
Por este motivo, el pensamiento autobiográfico en cierto modo nos cura; relatarnos nos hace sentir mejor, se convierte en una forma de liberación y de reunificación.
… Mientras nos representamos y reconstruimos “revelamos los negativos de nuestra vida”. Nos hacemos cargo de nosotros mismos y asumimos la responsabilidad de todo lo que hemos sido y hemos hecho y que, llegados a este punto, no podemos sino aceptar.
Cuando repensamos lo que hemos vivido, creamos otro yo. Lo vemos actuar, equivocarse, amar, sufrir, disfrutar, mentir, enfermar y gozar: nos desdoblamos, nos multiplicamos y nos situamos en dos lugares al mismo tiempo.
…cada uno de nuestros recuerdos es siempre una invención nueva y distinta; una pálida imitación de lo que nos ha sucedido realmente, cuya huella permanece en nosotros, por el hecho de que aquel acontecimiento fue “tan fuerte” que determinó el curso de nuestra vida y la vivencia de algún segundo de belleza, de lucidez mental, o viceversa, de silencio, oscuridad, extrema soledad o intensa locura.
Los “yos” que hemos sido y que continuamos siendo y queriendo ser gracias al recuerdo, entre sentimientos de añoranza y de plenitud, es justo que continúen vagando sin rumbo. Tenemos la necesidad de seguirlos viendo improvisar, errar, traicionar, contradecirse y tropezar de nuevo con sus mentiras y sus salidas de tono leves o exaltadas.
La necesidad del adulterio sicológico contra ese yo dominante que, pretendiendo siempre representar nuestra conciencia, ha acabado por confundirla con la “razonabilidad”, con el sentimiento del deber, con el pedante problema de mostrar una coherencia con el mundo y con uno mismo, es intrínseca a la vida de mujeres y hombres.
El trabajo autobiográfico reduce el yo dominante y lo degrada a un yo necesario, yo tejedor, que reconstruyendo, construye y busca la única cosa que vale la pena buscar y que constituye el sentido de nuestra vida y de la vida en general. Una búsqueda destinada a quedar incompleta porque por lo que parece, nuestra mente no ha sido programada para encontrar una respuesta convincente si no es en la fe.
Pero resulta erróneo y deprimente vivir la autobiografía como una medicina para liberarse del propio pasado, distanciándose de él. La verdadera curación de uno mismo, hacerse cargo realmente y hacer las paces con nuestras propias memorias, probablemente empieza cuando el que entra en escena ya no es el pasado sino el presente, que transcurre día a día añadiendo otras experiencias. La autobiografía no sólo consiste en revivir: es también volver a crecer para uno mismo y para los demás. Por ello la autobiografía es un viaje formativo y no un ajuste de cuentas.
Sólo entonces descubriremos que hemos abierto y estudiado los libros de nuestra biblioteca interior que habíamos ido escribiendo sin darnos cuenta. Y en los cajones de la memoria encontraremos todos los géneros literarios.
Descubriremos también que la actividad de la mente y todo el material necesario para emprender el proyecto de revivir a fondo nuestra vida, llenan completamente nuestra existencia que quizá nos parecía vacía de acontecimientos.
Hay dos sensaciones psicológicas que hallamos durante este proceso interior de reconocimiento: la saciedad y la insaciabilidad de vivir. El trabajo autobiográfico sirve para “nutrirse” de existencia. Hasta el límite de las posibilidades que la capacidad de la memoria o la imaginación nos permite.
La búsqueda de la unidad y el descubrimiento de la multiplicidad, constituyen el ritmo musical, la banda sonora, del trabajo autobiográfico.